La conjura de los necios. John Kennedy Toole

Evitemos todos los lugares comunes sobre esta gran novela de John Kennedy Toole (a algunos libreros habría que avisarles que el apellido del escritor es Toole). Dejemos de lado que empecé cuatro veces la otra (La biblia de neón) y la abandoné siempre.

Reseña a partir de un diálogo con Zeta, de hace algo más de dos años.

[Zeta] No me gustó ese libro, sabés. Demasiado afectado todo. Me da la sensación de comedia barata montada en un tablado de barrio, con escenografías pintadas por los niños de la zona, y los actores vestidos con sus propias ropas. Pero, a quienes conozco que lo han leído, les ha gustado.

[jahey] Me parece que es bastante lo que busca el autor. ¿No? Y un autor lo suficientemente consciente y desapegado, a la vista de la distancia que el narrador toma de Ignatius. Creo que lo que más me gusta de la novela es que la realidad se violenta hasta llevarla al absurdo. Me ha hecho pensar varias veces en un payaso (nariz puesta, aliento alcohólico, margarita chorreando triste e intermitentemente agua) saliendo del quirófano, bisturí en mano, para anunciar el deceso a los ignotos deudos.

Encuentro, sin embargo, dos bemoles. El primero es la espantosa traducción a un español que me resulta ajeno y contrahecho. Te juro que no soporto estas galaicadas, porque además recurren sistemáticamente al "lenguaje literario", cosa que repudio desde las bases y que ha motivado algún post sin publicar todavía. El segundo bemol tiene que ver con los diálogos. El narrador le da demasiada vida a ciertos diálogos insustanciales, cuyo mayor rasgo de insustancialidad radica en quienes los llevan adelante. Creo que la misma atmósfera de mediocridad que intenta transmitir la podría lograr acortando ciertos pasajes. Esto me hace recordar, para regocijo del Nene, una frase de Dostoievski (El idiota), que usa Cortázar para encabezar Los Premios:

"¿Qué hace un autor con la gente vulgar, absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla interesante? Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad de verdad."

– o O o –
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un ejemplo de "demasiada vida a ciertos diálogos insustanciales". De Toole o de Ressia.
Es que no me lo imagino.

-Alcanzame el café.
-No, no hay más café.
-¿Cómo que no hay más café?
-Te dije que no hay.
-Pero si yo compré ayer.
-Te habrás confundido. O lo soñaste.
-De ninguna manera, siempre recuerdo mis sueños.
-¿Perfectamente?
-Perfectamente.
-No creo, el otro día sin ir más lejos....

y así?

Javier Couto dijo...

El diálogo propuesto se acerca, de manera caricatural, a los de la novela Parir, de Ressia. Un ejemplo al azar (conservo los errores):

-¿Qué hacés boludo?
-Me calientan. Porque tienen guita se piensan que pueden hacer lo que les pinte. Yo vengo caminando; que aguante. ¿Entendés?
-Sí, más bien.
-Ojalá se haga mierda en la rambla.
-Para, bo, no te enrosqués.
-Y la mina aquella, Ale, ¿no la viste más?
-¿Qué mina?
-La de los ojos, la del choque ese que viste. ¿No la viste más?
-¿Y cómo la voy a ver?
-Y no sé, como dijiste que te conectaste con ella y yo qué sé.
-Ta, Nando, piraste.

Etcétera. Lo que yo decía es que estos diálogos son, para mi gusto, demasiado mundanos. En el caso de Toole es diferente. Para empezar porque el narrador es capaz de crear diálogos geniales, realmente hilarantes, sobre todo cuando hace participar a Ignatius (aunque el negro Jones es un personaje admirable). El bemol que yo le adjudicaba a la novela es porque hay diálogos en los que la tensión se pierde (y se siente demasiado). Y se pierde porque el narrador da demasiada libertad a personajes que no son tan interesantes. Un ejemplo. Capítulo 6, sección 5:

La señora Levy yacía boca abajo sobre la tabla de ejercicios motorizada, cuyas diversas secciones tanteaban suavemente su amplio cuerpo, toqueteando y amasando su carne blanca y blanda cual amoroso panadero. La señora Levy mantenía firmemente asido el tablero, abrazándolo por debajo.
—Oh —gemía satisfecha y feliz, tanteando la sección que tenía debajo de la cara.
—Apaga ese chisme —dijo la voz de su marido, detrás suyo.
—¿Qué? —la señora Levy alzó la cabeza y miró soñolienta alrededor—. ¿Qué haces aquí? Creí que estabas en la ciudad, en las carreras.
—Cambié de idea, supongo que no te importa.
—Claro, qué me va a importar. Haz lo que quieras. No tengo por qué decirte yo lo que tienes que hacer. Diviértete. A mí qué más me da.
—Perdona. Siento haberte arrancado de tu tabla.
—No metamos la tabla en el asunto, si no te importa.
—Oh, que me disculpe si la he ofendido.
—No tienes por qué meterte con mi tabla. Sólo he dicho eso. Intento ser amable. No soy yo quien empieza las discusiones en esta casa.
—Enciende ese cacharro otra vez y cállate. Voy a darme una ducha.

Un diálogo así, aceptable pese a todo, es mucho menor que otros de la novela.

Anónimo dijo...

Muy buenos ejemplos.

Circe dijo...

:) lo que me alegra es habértelo regalado... no es fácil regalarle un libro bueno y novedoso a uno que como vos, se ha leído casi todo.

por suerte casi.